miércoles, 8 de septiembre de 2004

Colegio de Ingenieros Informa. Mario Hiriart, Siervo de DiosMario

Hiriart Pulido se tituló como Ingeniero Civil en la Pontificia Universidad Católica de Chile, trabajó en la Corfo y luego ejerció como académico de la Facultad de Ingeniería de dicha casa de estudios. Falleció a los 33 años, en 1964 en Milwaukee, USA.

Mario Hiriart se adelantó a su época; desarrolló su vocación por la educación y su convicción de que el mundo necesita santos laicos. Fue un ingeniero y un humanista que vivió su trabajo como una auténtica forma de encuentro con Dios.

A partir de 1995 se ha trabajado intensamente en la Postulación de la Causa de Canonización, recopilando y estudiado todos los escritos de Mario y sobre su persona, se hicieron entrevistas a muchas personas que lo conocieron para obtener sus testimonios. Recientemente se cerró el proceso a nivel local, el Proceso Diocesano, y ahora su nueva etapa es en el Vaticano. El día 8 de Septiembre de este año el postulador, el Padre Joaquín Alliende junto a peregrinos de todo el mundo, hizo entrega de toda la documentación a la Congregación para los Santos en Roma.

Ahora la tarea está en manos del Vaticano y los creyentes deben rezar para que se realice un milagro con la interseción de Mario Hiriart, ya que es un requisito para que sea reconocido por la Iglesia como Beato y, posteriormente, como Santo.

Colegio de Ingenieros de Chile A.G. • Avenida Santa María 0508, Providencia Servicio al Asociado: Teléfono: 422 1140 • Fax: 422 1012 • Email: mvpatino@ingenieros.cl;

viernes, 30 de julio de 2004

Discurso de presentacion de la biografía de Mario Hiriart en la PUC

Libro: Biografía de cuerpo y alma. Mario Hiriart Pulido

Isabel Margarita González Morandé
Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2004, 438 págs.

Palabras del Rector Sr. Pedro Rosso

Señoras y señores:

En primer término, quisiera manifestar mi gratitud por haber sido invitado a participar en la presentación del libro "Biografía de cuerpo y alma. Mario Hiriart Pulido", de la historiadora Isabel Margarita González. Durante mi vida, he leído diversas historias de santos o de personas que, como Mario Hiriart, algún día la Iglesia podría declarar santas, pero muy pocas me han hablado al corazón tan directamente como esta biografía.

Junto con sus indiscutibles méritos historiográficos, esta obra tiene la gran virtud de situarnos en la intimidad de este Siervo de Dios, revelándonos el prodigio de un camino de santidad. En la vida de Mario Hiriart la fuerza del amor de Dios se manifiesta en toda su maravillosa eficacia, transformando y acrisolando el alma de un joven que, mediante la gracia, va alejando de sí todas las preocupaciones y tentaciones mundanas para establecer a Cristo como centro y fin de su existencia.

Pero hay otra razón por la cual este libro despierta tantos ecos en nosotros, y es la proximidad de su protagonista. Mario es una persona cercana, podríamos decir "nuestra". Varios de los presentes fueron sus amigos y, por lo mismo, son parte de su historia. No siendo uno de ellos, tuve, sin embargo, el privilegio de conocerlo en la Universidad. Debe haber sido a mediados del año 1962. Lo recuerdo nítidamente, aunque nunca hablé con él. ¿Porqué me impresionó tanto su figura? No sabría decirlo. Primero, me llamó la atención su palidez y la frente deformada por múltiples tumores. Había preguntado por él y me informaron que era un profesor de la Escuela de Ingeniería, que, además, era un laico consagrado. Por lo tanto, se trataba de una persona "especial".

Habitualmente, veía a Mario en el patio o en el comedor, conversando con alumnos o almorzando con colegas. Un día, algún tiempo después de haberlo perdido de vista, estimo que fue a fines de 1964, supe que había muerto en los EEUU, a consecuencias de un cáncer. La noticia me sorprendió y me apenó. En ese momento me informaron, además, que había sido uno de los iniciadores en Chile del movimiento de Schoenstatt, al cual pertenecían algunos de mis amigos.

Mi "redescubrimiento" de Mario se produjo muchos años después, cuando con mi señora nos incorporamos a la Familia schoenstattiana. Pude constatar, entonces, que el recuerdo de su presencia y testimonio permanecía vivo en la mente y corazón de sus hermanos en la Alianza. De ellos escuché, por primera vez, la afirmación que se trataba de un santo y un ejemplo preclaro de la fecundidad del Padre José Kentenich, fundador del movimiento. El Padre Hernán Alessandri me explicó que así como José Engling era el fruto excelso de la etapa fundacional de Shoensatatt, Mario Hiriart lo era para la etapa iniciada el 31 de Mayo. Él encarnaba el ideal de amar, pensar y vivir orgánicos.

En esa etapa Mario comenzó a establecerse en mi vida. Mi propia experiencia de vivir la Alianza creó con él un vínculo de hermandad espiritual afianzado por la lectura de su biografía, escrita por el Padre Esteban J. Uriburu. En ella encontré la cronología de algunos hechos que me habían relatado y, por primera vez, pude adentrarme en el núcleo de su espiritualidad. A su vez, esa lectura fue motivada por el acto, realizado hace más de una década, en esta Universidad, que marcó el inicio del proceso de postulación de su causa.

Desde entonces, Mario ha estado presente en mis oraciones y siempre llevo conmigo una estampa con su fotografía. Cuando supe que me habían designado rector de la Universidad Católica, institución que tanto quiso, no dudé en pedirle ayuda. Nunca olvidaré esa mañana de enero del año 2000 en el Santuario de Bellavista. Después de renovar mi Alianza, estuve mucho tiempo en oración junto a la tumba de Mario, y le pedí que me acompañara e iluminara en los muchos momentos de dolor e incertidumbre que vendrían. De manera especial, le encargué la fecundidad del trabajo apostólico de la nueva Dirección de Pastoral, en ese momento una idea apenas esbozada.

Me he permitido compartir con ustedes estas vivencias, porque, inevitablemente, contextualizan mi acercamiento a la obra que hoy estamos presentando y, explican el hecho que su lectura haya sido un verdadero "regalo para el alma". En ella la autora nos va relatando los hitos de la vida de Mario y la forma en que esos hechos son percibidos y analizados por él, en su diario de vida. Según nos explica la Profesora González Morandé, su propósito fue "recrear lo más fielmente posible la fisonomía del alma de Mario Hiriart [para que] el lector se adentre en su mundo interior". Sin duda, este propósito está ampliamente logrado.

En el prólogo del libro, el P. Joaquín Alliende manifiesta que la autora "era la persona adecuada para escribir esta obra" porque aúna el rigor académico, la sensibilidad, y la fe necesarias para emprender un trabajo histórico de estas características y exigencia. El Padre Joaquín considera que, desde ya, el libro de Isabel Margarita González: "pasa a ser irremplazable para el conocimiento en profundidad de Mario Hiriart y su mensaje en la Iglesia de inicios del tercer milenio", opinión que comparto sin reservas.

Esta biografía revela que Mario tenía una personalidad compleja, llena de inquietudes, intereses varios, y contrastes. Por una parte, diversas actuaciones lo revelan como alguien idealista, analítico, inteligente, y voluntarioso. Por otra, él mismo se considera inseguro, inconstante, proclive al desánimo, y enfermizo. Podríamos decir que ésta es la arcilla de su humanidad, de su corporeidad y psicología, de su pertenencia a un mundo y a una determinada cultura. Son las facetas de una vida común y "ordinaria", en el sentido literal del término. Lo absolutamente excepcional y "extraordinario" de Mario radica en su plano espiritual: en una fe inconmovible, y un anhelo de fidelidad y comunión con Dios que, con el correr del tiempo, adquieren una fuerza capaz de sostenerlo ante cualquier circunstancia. Descubrimos en ella un designio de Dios, una elección, que se manifiesta en sobreabundancia de gracia. Ese amor y vinculación a Dios explican la vocación de santidad de Mario y de toda santidad: ellas hacen posible someter el egoísmo, la mediocridad ética, la aversión y temor al sufrimiento y a la muerte tan propias de nuestra humanidad.

Desde esta óptica, la biografía escrita por Isabel Margarita González no es otra cosa que una larga historia de amor a Dios y de una entrega, libre y absoluta, a la voluntad de Dios, que culmina con la inmolación. Es un amor que traspasa como rayo de luz su infancia, adolescencia, vida universitaria, actividad académica, y trabajo apostólico. El centro de la vida de Mario no fue otra cosa que la búsqueda, el encuentro y el goce de estar íntimamente unido al Señor.

En su segunda epístola a los Corintios, San Pablo afirma que: "El que es de Cristo es una criatura nueva" (2 Co 5,17) y esta frase describe la realidad existencial de Mario. Su arraigo profundo en el Señor le permitió vivir y transmitir la "novedad constante" de Cristo. El Padre Kentenich, Fundador de la Familia de Schoenstatt, consideraba a Mario un modelo de "hombre nuevo", inserto plenamente en el mundo, aportando con alegría y sacrificio a la construcción de una "nueva comunidad". Mario era espiritualmente recio, magnánimo, y comprometido vitalmente con su vocación y misión apostólica. Fue uno de los "remeros libres" que -en la cita de San Francisco de Sales, muy querida por el P. Kentenich- hacen avanzar "el barco del amor de Dios", por los procelosos mares del mundo. (cita del P. Kentenich, "Que surja el hombre nuevo", p. 24)

La presencia de Dios en el alma de Mario explican el amor filial que sentía por la Santa Madre de Dios, su "Madrecita", como la llama tiernamente en su diario. En la advocación de Mater Ter Admirabilis o, simplemente, "Mater", como acostumbran llamarla los shoenstattianos, ella sería su inspiradora, educadora, y mediadora en cada paso de su vida y en toda prueba. En el Santuario de Bellavista, lugar de encuentro y de tantos momentos significativos para Mario, sentiría brotar la "fuente santa de gracias" (Hacia el Padre p. 24) que penetró su ser y dispuso para él un camino de santidad: "Per Mariam in Jesu ad Patrem". (P. Kentenich, "En las manos del Padre" p. 170) Desde que Mario selló su Alianza de Amor, una de las primeras en el entonces naciente movimiento de Schoenstatt en Chile, la Santísima Virgen lo condujo de la mano hacia el encuentro con su Hijo, para que éste lo presentara a su Padre.

Al comienzo esa acción fue imperceptible. Refiriéndose a su Alianza, recordará, posteriormente: "¿Qué significó para mí en ese entonces? Interiormente nada. […] No fui yo quién por propio impulso fui allá e hice mi consagración, sino que tú me llevaste, tú me escogiste con un rasgo de tu generosidad maternal" (n. 136) El progresivo sentimiento de infancia espiritual, de instrumento en las manos de María, de cercanía con la Reina de los cielos, generaron en Mario lo que él llamó "su ansia infinita de cielo." (n. 181).

Pero, el camino no sería fácil. Mario tiene numerosas anotaciones en su diario relativas a hechos que él considera manifestación de su debilidad, falta de fe, orgullo y autocomplacencia. También sufrió períodos de aridez espiritual. La Virgen María, desde el Santuario, lo ayudaría a enfrentar y superar estas pruebas. En una de las páginas más hermosas de su diario, escribirá: "Madrecita, nuevamente me vuelvo hacia ti: ¡ayúdame a encontrarle una vez más! He perdido su huella, he vagado sin rumbo por caminos torcidos. Madrecita, quiero seguir siempre caminando junto a él, viéndole, amándole, imitándole!" (n.199)

Ese deseo de estar junto al Señor, lo centran en el encuentro eucarístico: "no hay nada más importante que estos minutos junto a ti: cuando yo estoy ante ti, y tú te preparas para venir a mí y llevarme hacia el Padre. Tú en mi corazón y yo en tu Corazón y los dos unidos en el Corazón del Padre. […] Señor, ayúdame a comprender toda la intimidad, profundidad, y fecundidad de este rato del día". (n. 514) Estos sentimientos de íntima unidad y abandono son relatados por Mario con estas palabras: "¡Qué quietud, qué paz para el alma recibir todas las mañanas a Cristo, el iniciar el día en unión con él, el sentirse confortado y vivificado por él!". (Carta al P. Benito Schneider)

Pero, para permanecer en unión con el Señor, todas las flaquezas deberían ser conquistadas, desafío que Mario, demostrando su profunda humildad, plantea como un trabajo silencioso, cotidiano, incorporado imperceptiblemente a su vida de laico: "¡Quiero llegar a ser santo, santo de la vida diaria, santo sin bulla y sin notoriedades, sólo para Dios!" (n. 169). Ese anhelo anima su tarea de crecimiento espiritual y le permite profundizar su fe, avance que manifiesta en las sucesivas definiciones de su ideal personal. La primera de ellas fue "hacer lo ordinario extraordinariamente bien" (n. 167), propósito que, más adelante cambia por uno enteramente nuevo: "cáliz vivo, portador de Cristo". A esta frase agregará, posteriormente, "como María". Analizando el significado de estos cambios, anotará en su diario de vida que ellos reflejan un "giro copernicano" de su espiritualidad: el reemplazo de elementos egocéntricos por un anhelo vehemente de vida sobrenatural. (n. 170)

Su identificación con el símbolo del cáliz suscita en Mario otras reflexiones relativas a la misión de María que, a su vez, señalan para él con mayor claridad el camino de su nuevo ideal personal: "La liturgia te aplica los nombres de 'vaso espiritual', 'vaso de honor', 'vaso insigne de devoción'. Sí, vaso, cáliz, dispuesta toda entera a recibir a Cristo, sin otra finalidad, sin otras miras; viviendo siempre para él, siempre abierta hacia el cielo". (n. 392). En otra anotación dirá: "Esa participación en la redención es la de un cáliz: recibir la sangre divina para darla al mundo y atraerlo hacia Dios, borrando con ella sus faltas. Eso es también lo que yo quisiera hacer, en la pequeña medida que me es posible: es el papel del cáliz llevar la sangre Redentora al mundo, pero para ello se requiere primero recibirla en tres horas de agonía junto a la cruz, participando íntimamente del sacrificio de Cristo. Madrecita, ¡cuán exactamente encarnas mi ideal persona!" (n. 399).

Un ideal que lo acerca a María como "un cáliz a otro cáliz": "Tú, llena de las gracias de la redención que recibiste, como un cáliz, al pie de la cruz, derramas maternalmente tus gracias sobre el mundo…Yo quisiera alzarme también sobre tu santuario como un cáliz pequeñito, que sólo anhela recibir esas gracias que tú repartes." (n. 470) Finalmente, Mario agrega al anhelo anterior el elemento de identificación con Cristo que, necesariamente, implica inmolación: "Madrecita, si él me ha escogido a mí también, entonces me ha de dar a beber su propio cáliz: para enseñarme que sólo en él encontraré la vida, y que mi sangre ha de derramarse junto a la de él por la redención". (n. 405) La gracia le iría abriendo esa huella, fortalecida con cada una de sus consagraciones, hasta llegar a la madurez espiritual de la inscriptio, momento en la vida de Mario en el cual su "ansia infinita de cielo" generan la disposición a hacer la voluntad del Padre en cada instante, hasta el sacrificio.

La Cruz de Cristo se transforma, entonces, en el centro inspirador de toda su vida. Sus quebrantos de salud, cada vez más frecuentes, lo confrontan con la experiencia del sufrimiento y, a la vez, con el consuelo de descubrir su disposición interior a cargar su cruz, amorosamente, para poder sumar sus padecimientos a los de Cristo. Es esta la culminación y victoria de Mario: su inmersión total en el misterio de la cruz, su unión profunda de amor con un propósito de oblación incondicional. Es decir, de su identificación real y concreta con nuestro Señor Jesucristo.

"Desde mi niñez tuve un gran amor a Cristo y desde mi juventud tenía el deseo de poder morir a la edad del Señor", confesará a la Hermana de María que le informó sobre la gravedad del cáncer que sufría. Algunos años antes, ya había manifestado esta disposición en su diario de vida: "Sólo quisiera hoy, en tu santuario, una vez más, renovarte la petición de que me des fuerzas para llegar hasta el fin, hasta la cumbre del Gólgota que la infinita bondad haya escogido para conducirme desde allí hasta el cielo…" (n. 213) Y en otra ocasión afirmará: "Madrecita, si soy fiel a lo que hace años te he prometido, no cabe en mí sino una actitud: pedirte […] salir victoriosamente al encuentro de la cruz…" (n .150)

El libro de Isabel Margarita González revela que en Mario Hiriart se manifiestan en forma excelsa la bondad y gratuidad de Dios, la fidelidad de María Santísima, la fecundidad del Padre Kentenich, y, en definitiva, la fuerza infinita del amor que vence a la cruz y, por lo mismo, a toda circunstancia terrenal. "Madrecita, con mi cansancio y amargura, tengo que decirte lo que siento en mi alma: que te amo, que amo a tu Hijo, que ese amor da impulso y fuerza a mi vida, más aún, que es mi vida"… (n. 196) Amor que, al comentar la proximidad de su muerte, Mario expresa de esta manera: "He salido del Padre, he venido al mundo y regreso al Padre. Esta es la única y gran corriente de amor: del Padre al Padre." (n. 245)

Esta frase de Mario manifiesta en forma elocuente lo que fue su "extraordinaria" y santa vida. La posibilidad de penetrar en ella mediante la lectura de esta nueva y completa biografía es una invitación personal a sumarse a esa "gran corriente de amor". Mario fue un remanso de ella entre nosotros y para nosotros. Hoy continúa enriqueciendo nuestras vidas con su testimonio ejemplar, e invitándonos a abrir nuestros corazones al torrente de gracia que fluye del Santuario, el terruño santo que cobija sus restos y sus ideales. Fue un discípulo predilecto del Señor y, por lo mismo, debemos alegrarnos porque su nombre está escrito en el cielo. (cf. Lc 10, 20)


Muchas gracias.