lunes, 14 de julio de 2008

Casa de abuela de Mario

En esta casa, propiedad de su abuela Amalia, Mario vivió los primeros catorce años de su vida. La abuela era quien hacía de cabeza del grupo familiar compuesto, además, por su hermana Sara y por los hijos solteros, pues Amalia era la mayor. Había en la familia un ambiente caracterizado por el respeto, la armonía, el amor mutuo y, si bien los padres de Mario no eran practicantes devotos en materia religiosa, en el seno familiar el niño recibió las primeras nociones de la fe y la piedad.

Sara, la tía abuela de Mario, había sufrido un derrame cerebral que le impidió caminar el resto de su vida. Su temperamento sencillo y afectivo concentraba el cariño y la atención de toda la familia, que solía permanecer largas horas junto a su cama. La tía Sara jugó un papel importante en la temprana formación religiosa de Mario. Según él mismo recordará más adelante, ella fue quien le enseñó a rezar y quien lo animaba a hacer oración. Con ella los niños celebraban el mes de María.

Por otra parte, Raúl Pulido sintió por su sobrino Mario un gran afecto desde su nacimiento. Esto lo expresaba especialmente en su solicitud por el cuidado del niño. La relación entre tío y sobrino fue muy estrecha hasta que aquel abandonó la casa con motivo de su matrimonio. En ese entonces, Mario bordeaba los seis años.

Pero sin duda, el hogar en que Mario vivió su infancia estuvo marcado por la personalidad de su abuela Amalia. Ella, mujer de profundas convicciones religiosas, no sólo ejerció su influencia en forma indirecta, sino que jugó un rol determinante en la formación de Mario al exigir para su nieto una educación católica. Este hecho fue bastante decisivo, pues sus padres no ponían en este aspecto especial interés.

El padre de Mario, quien trabajaba como empleado en la Caja de la Habitación , era de carácter extrovertido, abierto y tolerante. Su cercanía a corrientes intelectuales de corte laicista y su participación en la masonería le alejaban de la Iglesia y de la fe. Su madre en cambio, oriunda de La Serena, era más bien tranquila, introvertida y hogareña y, si bien no comulgaba, asistía a misa cada domingo, rezaba y había recibido formación católica. Con ella tuvo Mario desde pequeño una gran afinidad.

En medio de una vida familiar sobria y sencilla, gozó Mario de una infancia tranquila y feliz, sólo ocasionalmente perturbada por su delicada salud. Siendo niño de pocos meses, le aparecieron algunas protuberancias en la cabeza y en la parte posterior de la cintura. El medico aconsejó no operar hasta que Mario tuviera cinco años. Al cumplir la edad indicada, el niño fue operado y se le extirparon los dos fibromas, pero, de un modo paulatino, se fueron formando nuevamente. Por la misma razón, Mario debió someterse a operaciones a los doce y dieciocho años de edad. El diagnóstico fue siempre el mismo, pero las protuberancias nunca desaparecieron y pese a que el resultado de las intervenciones demostró que se trataba de situaciones sin mayor importancia, la salud de Mario fue, por lo general ya desde su infancia, muy frágil.

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