viernes, 4 de octubre de 2013

La Responsabilidad Social para construir el propio país, según Mario Hiriart



La vida de todos los días no pide permiso para ponernos delante ciertas situaciones que obligan a tomar posición sin vuelta atrás. Una circunstancia que entraría en esta categoría será la de la elección de nuestros gobernantes nacionales. Oportunidad ad portas, por ejemplo, en Chile. Ocasión que, de inmediato, Mario Hiriart nos presentaría como “la exigencia de ser creadores de historia”, pues la disyuntiva es que el hombre sea “un producto de su época” o “un creador de su época”. Y tocaría, en ese mismo instante, su propia responsabilidad en la respuesta. Aquí importa “¿hasta dónde soy sólo un producto y cuando comienzo a ser un creador de mi época?” (Diario, 1960).
Consideraría que ese enclave de decisión política devela un status de “mayoría de edad, que no puede ocurrir sin el sacrificio de nuestra lamentable adolescencia espiritual” (Diario, 1962).
Cuestión que conlleva a “activar mi papel en las actuales circunstancias, tomar más iniciativa y prepararme” (Diario, 1960). Pues no desoye sin más lo que “otros nos dicen”, que “los católicos nos preocupamos mucho de la vida venidera, y abandonamos la tierra por pensar en el cielo”. Rápido de reflejos hacia un compromiso responsable con repercusión social, planta su interrogante en la médula del asunto: “¿cómo llegar a ser capaces, Madrecita, de anhelar el cielo -pues no es otro el sentido de nuestra vida- y dominar también la vida terrena, construirla positivamente?” (Diario, 1962).
Esa preocupación unilateral, en un cristiano, resulta peligrosa y desgraciada, pues la impronta de Cristo que debiéramos ser: “somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios” (2Co 2,15), “testigos de la luz, de la Palabra que es la luz que alumbra a todo hombre” (Jn 1,8-9), “sal de la tierra” (Mt 5,13), se borra llevándose consigo nuestra participación en la historia. Habremos sido un viento sin huellas.
Mario cala bien la época, la suya y la nuestra: “es revolucionaria”. Inmersos en una vida personal y social que, frecuentemente, se asemeja a un río de montaña, que arrastra todo y parece indomable, “debemos ser nosotros también revolucionarios, no contrarrevolucionarios, sino superrevolucionarios. Una revolución sólo puede ser superada con otra revolución aún más radical y profunda”.
Tal palabra parece superada como realidad histórica, sin embargo, si miramos el mundo entorno a la luz del significado contenido: “revolver”, “cambio violento”, “inquietud, alboroto”, “cambio rápido y profundo”, vaya si es perfectamente presente. Ni falta hace entrar en la dimensión cristiana: cada conversión es una revolución. De ahí que Mario busque conocer sus leyes internas para poder actuar con la madurez de plena conciencia: “cuatro notas se deducen: totalidad, ordenarse a lo sobrenatural, heroísmo, actitud apostólica de conquista del mundo. En síntesis, se trata de movilizar todas las fuerzas naturales y sobrenaturales. Ello habla de ‘espíritu de ataque’ y de dinámica de los santos” (Diario, 1960).
He aquí la vía de la respuesta armónica y unida. Busca el punto neurálgico del problema: “¡terrible es nuestra estrechez!, nos falta la más elemental conciencia de responsabilidad de los unos por los otros, conciencia de ser… Cuerpo. Tal vez porque nos falta la vinculación a la Cabeza” (Diario, 1962).
Allí mismo comienza a poner las bases para “construir positivamente”: protagonizar el papel que a cada uno corresponde, cosa que de por sí regala paz “humanamente hay pocas satisfacciones más hondas que la del deber cumplido lo mejor posible”, pues nos hace “participar en la labor creadora de Dios” (Diario, 1957).
Y pide ayuda, socios en la apasionante empresa de construir, porque de eso se trata el entrelazado social, es urdimbre de un modo de vivir entre todos. Por eso, a la primera que convoca es a su aliada imbatible y le expone llanamente sus razones y necesidades: “Madrecita, ven y construye en tu Chile un mundo nuevo”. Le devela su más honda confianza: “el triunfo que la política no pudo obtener, la Mater lo obtendrá por medio de sus instrumentos”. Tanto se entusiasmaba en esta invencible colaboración que desde ya se lo agradecía, y en cierta ocasión, quiso erigirle un recordatorio para que Ella nunca abandone la construcción de los pueblos: “como símbolo de unión de nuestros pueblos y nuestros corazones, construiremos un santuario en los Andes”.
En un orden definitivo de las cosas, tiene sus dudas, pero no por ello paraliza su acción: “es difícil saber si es primero la vinculación a Dios para llegar a unirse a los hombres, o a la inversa... Pero no hay duda de que, se comience por uno u otro extremo del circuito, sin unión a Dios no puede subsistir una auténtica vinculación a los hermanos”. Llámese responsabilidad de unos por los otros, para construir una sociedad verdadera, justa, solidaria, pacífica, en una palabra, fraterna.
Amelia Peirone

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